Desde niña comprendí que la maternidad no es solo alegría, también puede ser un terreno lleno de desafíos. Recuerdo con claridad cuando mi mamá esperaba a mi hermanita, fue un momento hermoso, pero también desafiante. Ella enfrentaba lo que ahora conocemos como depresión gestacional, y yo, con tan solo 7 años, no sabía cómo ayudarla. Solo tenía un deseo profundo de hacer algo, de sostenerla, pero mi pequeñez me llenaba de impotencia.

Esa sensación de vacío, ese anhelo de apoyo, quedó grabado en mí. Hoy sé que nadie debería vivir momentos como esos en soledad. Ese recuerdo es el motor de mi trabajo: estar presente, ofrecer un espacio seguro, lleno de cuidado, escucha y guía, brindando herramientas que realmente hagan la diferencia en la vida de otras mujeres y sus familias. Porque sé, desde lo más profundo, que tener apoyo cambia todo.